lunes, 27 de agosto de 2012

El ocaso

Un bar irlandés de San Petersburgo. La calle se llama perspectiva Nevski, como en la canción de Franco Battiato. Suena una versión de "Let it be" de los Beatles. El viaje ha llegado a su fin. Los nómadas del hierro han recorrido medio mundo marcando rumbo a Poniente. Doce mil kilómetros, dos continentes, tres países, dos mares y un gran lago, un desierto, mil montañas, los bosques boreales y la estepa... Y así, justo a la hora de la puesta de sol, los viajeros han llegado hasta un punto donde no podían dar un paso más por tierra.

Hoy, a las siete de la tarde, las suaves olas del mar Báltico han mojado las suelas de nuestras botas, ajadas ya por el polvo del camino. Allí hemos vaciado la botellita que cargábamos desde Hong Kong con agua del mar de China. Y ya está.

Ha sido el último día de viaje (mañana solo resta el regreso a Moscú para tomar el vuelo) y esta mañana nos hemos bajado del tren para meternos entre pecho y espalda la colección del Hermitage. Impresionistas, Velázquez, Picasso... Hemos recorrido la ciudad más hermosa de nuestra odisea, hemos admirado sus monumentales edificios, sus iglesias llenas de cúpulas doradas. Hemos recordado también su sangriento pasado. En el sitio al que los alemanes sometieron a Leningrado (así se llamaba entonces) murieron cerca de dos millones de civiles durante la Segunda Guerra Mundial. Y en uno de sus arrabales lucharon los voluntarios de la División Azul.

San Petersburgo, con su elegancia imperial y su bohemia, pone el broche final a una andanza que tuvo de todo: rascacielos imposibles, llanuras infinitas, murallas, soldados enterrados... Hubo barcos, fiestas y desiertos, pastores y militares, confort y cuellos de pato en el suelo, caballos y vagones, buenos amigos y sustos con final feliz...

Todo ello viaja en nuestros macutos, y allí quedará hasta que los abramos con una nueva aventura en mente. No tenemos piso, ni coche, ni vicios caros, solo nuestras mochilas y un mapamundi...

Y así termina también esta bitácora, una ventana a nuestro viaje para los lectores y ahora un baúl de los recuerdos. Gracias a los que nos siguieron, a los que nos echaron un cable durante estas semanas, a los que nos dieron blog (Txetx), visados (Eras) o casa (Ángela), y a los que nos aguardan en casa. Nos vemos en nada...

Un abrazo a todos.

1 comentario:

  1. El ocaso es el atardecer y como dice la tan vieja como popular canción "al atardecer se marcha el tren, se va mi amor y yo me voy con él...". El tren, el que va por raíles -no el de la vida- se os ha ido al llegar a San Petersburgo. Y, con él, el amor, o parte de él (se le puede poner el nombre que se quiera, en masculino, femenino o neutro, y no necesariamente con apelativo de persona). Y vosotros con él... Porque supongo que quedan demasiados recuerdos, demasiadas vivencias como para olvidarlas en un simple cambio de agujas o de vías. ¡Enhorabuena, nómadas! Habéis cumplido vuestro objetivo. Ahora. disfrutad lo poco que os queda hasta que volváis a patear esta ciudad que en tiempos tuvo tranvía sobre raíles (El "Irati"), tren -por supuesto, también sobre raíles- por lo que hoy es el centro (el "Plazaola"), que se modernizó con la ayuda, que todavía sobrevive, de Renfe y que quiere abrirse al futuro con el AVE (¿sería un sacrilegio el atreverse a comparar los cinco días en el Transiberiano en un vagón de tercera -tracatra, tracatra, tracatrá...- con el sibaritismo fanfarrón y perdonavidas de la alta velocidad? Velocidad..., ¿para qué en Mongolia o en Siberia, donde el tiempo está detenido, congelado, no existe? Piso, coche, propiedades..., con el tiempo y trabajando se compran. Las ilusiones, los recuerdos dan vida siempre y ni se compran ni se venden, como el cariño verdadero que dice la canción. ¡Al menos, para los románticos!. Sed bienvenidos.
    Saludos de las rubias

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