miércoles, 8 de agosto de 2012

El Sauce del Emperador (milagro en Pekín)

China desconcierta a cada paso. Es este viaje una de cal y otra de arena constante. Hablaba hoy de Pekín como un monstruo de hormigón y acero que había minado nuestra moral. Las primeras impresiones no son realistas, y esta mañana al escribir, cansado, sucio, herido de impotencia por la perdida de mi pasaporte y de 200 euros, me he dejado llevar por la amargura.

Después de constatar la desaparición de mi documento, ducharnos y picar algo, Gabri y yo hemos optado por ir a matar la tarde a la plaza de Tiannanmen y la Ciudad Prohibida. Las llamadas a la policía, a la embajada, el papeleo, la frustración, constatar que no puedo entrar a Mongolia ni a Rusia, que el viaje se iba al garete... Eso vendría mañana.

En unos majestuosos jardines aledaños a la Ciudad del Emperador nos hemos relajado paseando y cruzándonos con muy poca gente. En medio de la foresta, hemos visto un enorme Sauce que al parecer fue plantado por el 16º emperador de la dinastía Ming. Un chino lo ha tocado llevándose luego las manos al pecho. Creyendo que daría suerte, le he imitado. De allí nos hemos dirigido al mausoleo de Mao y al monumento al pueblo, para regresar hace apenas unos minutos al hostel.

Al llegar, he preguntado en recepción sin mucha fe por aquella remota baza, aquel as en la manga del que nos había hablado Daniel. Que mi riñonera hubiera caído en unos cestos de ropa sucia que estaban en plena calle.

"¿Han encontrado mi riñonera en algún cesto los chicos de la lavandería?" La chica ha sonreído. Pausadamente, de la caja fuerte ha extraído lo que ustedes ya imaginan. Dentro, todo el dinero intacto. Y el pasaporte.

Supongo que comprenderá el lector los abrazos, los saltos de alegría, los aspavientos... Parecía Nadal cuando gana una final. Pekín me había puesto a prueba, nada más. El viaje sigue su curso.

Ahora descansamos digiriendo el milagro, como antes digerimos la bofetada. Releeo la bitácora donde redactamos en Qatar una constitución del viaje. Su décimo artículo dice así: "Tendrás siempre presente que todo inconveniente acabará disuelto algún día en el mar de la memoria, y que prevalecerá solo el recuerdo de una gran aventura".

No es esta ciudad un monstruo de hormigón y acero, como injustamente dije esta mañana. Es un lugar donde hay personas como el chico de la lavandería, a quien mañana conoceré. Y jardines donde reina la paz, y donde un emperador plantó un sauce, que efectivamente, gracias a Dios, trae buena suerte.

Abrazos.

1 comentario:

  1. El sauce del emperador... A mí el nombre del sauce siempre se me ha unido en la mente con el apellido de "llorón". No conozco sauce que no sea llorón. A partir de ahora, quizá haya que hablar de "sauce de la suerte" o, utilizando terminología que aquí podemos asociar a la visión de rótulos de restaurantes de cocina china, sauce "feliz". ¡Ah!, y ¡cuida las comparaciones! Olvídate de Nadal y de los chicos del tenis español, que han hecho el ridículo en Londres, y fíjate en los atletas chinos que esos sí que están arrasando en los Juegos Olímpicos. Y, ya sabes, cuando veas por esas tierras un sauce, ¡abrazo!, aunque no lo haya plantado ningún emperador...

    ResponderEliminar