jueves, 2 de agosto de 2012

El viejo Tan


Hemos fracasado en nuestro intento de introducirnos en China.

Estamos en la ciudad fronteriza de Shenzhen, atrapados hasta mañana debido a que el autobús con el que íbamos a viajar toda la noche, estaba lleno. Superada la frustación de este primer revés a las primeras de cambio, ya tenemos los billetes para mañana, y ahora descansamos en un hotel baratillo pero limpio.

Pero ni los billetes, ni el hotel habrian sido posibles sin Tan, el viejo de Singapur, nuestro ángel de la guarda. Tendrá mi altura, es enjuto y le echamos cerca de 70 años. Su cara, amarilla de libro, esta jalonada de arrugas que se le curvan al sonreír. Viste una camisa de cuadros y un pantalón de pinzas desgastados, y suda la gota gorda mientras nos guia por las calles de Shenzhen, llevándonos a un lugar seguro. Apiado al vernos incapaces de comunicarnos con la taquillera de la estación, se ha prestado a traducirnos, nos ha sacado el billete de mañana y ha acabado llevándonos al hotel, donde incluso, ha negociado el precio y ha rellenado los datos del registro por nosotros.

 El viejo Tan era la única persona que sabia ingles en kilómetros a la redonda, y nos ha dedicado una hora y media de su vida sin pedir nada a cambio. Para alguien que no haya estado en nuestra situación, a 30 grados, de noche, con las mochilas torturando nuestras espaldas, con 11.000 kilómetros por recorrer, en un país extraño sin posibilidades de comunicarse y con la perspectiva de perder un día de viaje tirados en una gran urbe, quizá le cueste entender lo que ha significado Tan para nosotros. No hablo de su ayuda en si, sino de la compasión desinteresada.

La comprensión y la sonrisa cuando todo parecía ponerse de cara. Hecha la reserva del hotel, aun nos ha indicado donde sacar dinero y donde desayunar barato. "Gracias, porque ya sabe que estamos en crisis", hemos bromeado.

 Y luego, tras una ultima sonrisa, se ha despedido de nosotros, con su hablar pausado y su acento asiático, y ha desaparecido dando pasitos cortos. No ha aceptado siquiera una invitación para tomar una cerveza o un te. Se ha ido, dejándonos mudos y con los ojos húmedos.

 Son las dos de la mañana y escribo desde un ciber donde los chinos fuman, y ven películas con los pies descalzos sobre la mesa. Gabri dicta. Ambos estamos desvelados por completo. Pensamos en el viejo Tan. Aunque no llevaba equipaje, nos ha dicho que el también emprendía un viaje, pero no sabemos a donde.

 Vaya donde vaya, se lleva la gratitud de dos pamploneses rescatados que aun digieren el tremendo ejemplo de sus actos: las crisis y las penalidades del mundo, se arreglarían con algo tan sencillo como echar un cable al prójimo cuando se ve en un apuro. Porque gracias a lo que ha hecho hoy Tan por nosotros -lo dice el Karma- alguien hay en el mundo, a quien le espera nuestra ayuda.

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