domingo, 19 de agosto de 2012

La pedrada de Baikal

Suena una melancólica melodía de jazz mientras apuramos la jarra de cerveza que acaban de servirnos. Frente a nosotros, pende de la pared un enorme mapa luminoso de los Estados Unidos. En el techo hay dos televisores que proyectan un capítulo de los Simpson y a su alrededor los retratos de todos los presidentes americanos. En la barra, dos chicas bonitas juegan al cuatro en raya. Estamos en el "Bar Acabama", a cuya puerta nos recibe un retrato enorme del actual presidente y otros de Marliyn o Elvis. Todo aquí es gringo: decoración, menú, sofás... Lo curioso es que el garito está sito en la calle Karl Marx.

Acabamos de regresar del lago Baikal. Hemos paseado por sus costas y hemos navegado en sus profundas y claras aguas. Había marejada (¿laguejada sería más correcto?), y hacia frío. Pero pertrechados de gruesos edredones que nos ha facilitado el curtido y mudo capitán de nuestro esquife, hemos podido observar los bosques boreales desde la proa.

El lago Baikal, lo saben ustedes, es el más profundo del mundo, con 1.680 metros en su punto más bajo, así como el más antiguo. Quizás lo que no sepan es que el lago siempre fue sagrado para los indígenas y que tanto sus aguas como los bosques que lo circundan están plagados de leyendas y cubiertos de un áurea de misterio y fenómenos paranormales.

Anastasia, la simpática muchacha que nos ha ofrecido sus conocimientos sobre el lugar, ha hablado de claros del bosque frecuentados por chamanes, donde los animales no osan adentrarse y donde los raros visitantes que se atreven a desafiar a la energía del lugar, experimentan viajes astrales y pérdidas de consciencia. Cosas de magia o del potente magnetismo que, según la versión científica del asunto, tienen estas tierras, donde se unen dos placas tectónicas y se producen frecuentes terremotos.

Sea como fuere, lo que sí es cierto es que, observando los inaccesibles acantilados desde el lago, se ven a menudo flores depositadas desde algún bote, que recuerdan a los fallecidos, ya sea ahogados, despeñados o -lo que no es infrecuente- devorados por las fieras. Osos, lobos y otras alimañas defienden ferozmente un territorio salvaje que muy pocos aventureros han hollado.

El Baikal y sus alrededores son un paraíso de fauna y flora salvaje. En sus aguas nadan nada menos que hasta 1.550 especies diferentes, muchas de ellas endémicas. Así por ejemplo, fuera de estos parajes no encontrará nadie a la foca nerpa o al golomjanka, un pez vivíparo, traslúcido y oleoso. La tercera parte de su cuerpecillo está compuesto por grasa y fue utilizado en el pasado como combustibe natural. Las aguas del Baikal -el 20% del agua dulce de todo el globo- son cristalinas y puras gracias a un milimétrico cangrejo que filtra algas e impurezas. En los días soleados, pueden verse con nitidez hasta cuarenta metros del fondo, y los lugareños beben sus aguas directamente sin hervir.

Para llegar al pueblecito costero de Listvianka, a hora y media de Irkurtsk, hemos tomado un minibús en el centro de la ciudad. Aquí este tipo de transporte carece de horario. El vehículo parte cuando se llena. Llegados ya al lago, hemos saboreado un par de omules, pez ahumado pescado en sus aguas y muy apreciado por los siberianos. De postre, un par de piñas -de las de pino- de las que nos hemos afanado en sacar los piñones durante un buen rato.

Ayer conocimos Irkurtsk a fondo. Es bonita esta ciudad. En su día fue destino de intelectuales deportados y, en la Guerra Civil que sobrevino a la Revolución, fue el foco de los ejércitos blancos. De antes de la etapa socialista, conserva señoriales edificios, decorados barrocamente y pintados de vistosos rosas, verdes y azules.

Está atravesado por el río Angará, único emisor del Baikal, que tardaría 400 años en vaciarse por completo si sus más de 300 afluentes cesasen el flujo de agua.

Según la leyenda, todos los afluentes eran hijos de Baikal. Angará también era su hija, pero quedó enamorada del río Yenisei y se fugó del seno paterno. A Baikal esto no le gustó un pelo y, ciego de ira, arrojó una enorme roca a su díscola hija. La "piedra del chamán" aún permanece en medio del río y, en los tiempos remotos, allí eran abandonadas durante un tiempo las esposas infieles o los sospechosos de algún delito grave.

La noche de ayer fue también interesante. Siendo sábado, ultimo día que compartíamos con nuestro amigo Matt, después de viajar juntos desde Pekín, decidimos catar la noche siberiana. Fuimos a cenar, pero por el centro no se veía un alma. Una espesa y helada niebla cubría las calles, todo estaba cerrado y el silencio daba la impresión de transitar por una ciudad que acaba de sufrir un accidente nuclear

Derrotados, optamos por regresar al hostel, pero una musiquilla bávara cambió el curso de la noche. Matt -austriaco- siguió su rastro con la misma emoción que Gabri o yo seguiríamos en la misma situación el himno de la peña Alegría, por ejemplo. Por fin llegamos a una cervecería bávara bastante animada. Los tres viajeros brindamos por el viaje y por Europa, y por las hermosas camareras rubicundas que nos sonreían tras sus vestidos de tirolesas y sus coletas.

De repente, un joven grueso y risueño se acercó a nuestra mesa y preguntó con un marcado acento ruso: "¿Españioless? Mie llamo Igor". Había trabajado muchos años en Barcelona y Bilbao como asesor financiero, y nos ofreció hacernos de cicerone en compañía de su amigo Mijàil.

Parecían buena gente y aprovechamos la ocasión de conocer el Irkustk auténtico. La noche dio un giro verdaderamente inesperado al conocer garitos difíciles de encontrar llenos gente joven y animada.

Igor conocía a todo el mundo, incluso al dueño de la discoteca Panorama, que nos invitó a la sala vip sin pagar un rublo. Lo mejor de viajar es eso, cuando te encuentras a buena gente. Como decían en Costa Rica, a personas "pura vida".

Clareaba ya de vuelta al hostel, cuando nos despedimos -no sin pena- de nuestro amigo vienés. Como ya dije en mi anterior entrada, mañana ponemos rumbo al Oeste en una travesía inmensa a través de paisajes salvajes e inhóspitos. Mañana pues hablaré del Transiberiano, cuando nos hayamos alejado del colérico Baikal y ya no estemos a tiro de piedra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario