jueves, 16 de agosto de 2012

Nomadeando (y III). La carga de Arshat

"Ahí está Darla, recortado sobre el paisaje. Viene sobre un caballo marrón y nos trae dos de similar capa. Gabri escoge el más alto, aunque solo sacaría al bueno de Maxari una cabeza. Las largas piernas de mi compadre ofrecen una imagen cómica de jinete y poney. Pero estos caballos en nada tienen que envidiar a los ingleses o andaluces. Salvo en altura y porte.

Los caballos mongoles -toars les dicen- son correosos, dóciles y valientes. Cabecean todo el rato y son también feos, panzudos y punkis, pero fácilmente manejables y ágiles en la recogida de ovejas descarriadas.

Además están bien dispuestos a la dureza del camino y a las exigencias de sus amos, por lo que ni siquiera necesitan ser herrados. Bestia y jinete saben que dependen uno del otro para sobrevivir en un terreno que en invierno deja de ser amable. Se respetan y se exigen, sabedores de que de esa alianza surgió uno de los mayores imperios de la Historia de la Humanidad. Me agrada esa relación de hombre y animal, lejos de la pijería de la doma clásica y los clubes hípicos.

Aquí los potros son herramientas de trabajo y por eso no se les mima. Aunque viven bien, si bien trabajan, y a cambio no conocen establo o vallado alguno. Los montan con unas sillas pequeñas y duras de cuero y madera.

Gabri tiene algún problema con su caballo -además de con la silla-. El potranco se tumba mansamente sobre la arena al poco de partir. Un par de voces de Darla lo sacan de su moricie, y lleva a partir de ahora un animado paso.

La primera parada, la hacemos después de un buen rato a caballo. Es el ger de un amigo de Darla, que nos ofrece aerik una vez más. Sirven la leche de yegua hasta arriba y todos bebemos del mismo cuenco. Después del aerik, nos sacan vodka. Nos parece irrespetuoso rechazar el ofrecimiento, así que bebemos soltando al tragar un bufido como Steve Mc Queen en la Gran Evasión, cuando prueba el licor de patata. Acabado el ritual, reanudamos la marcha hacia las montañas.

En el camino pregunto a Darla si hay lobos en la región y si ha cazado alguno. Responde que sí, y levanta cuatro dedos indicando a cuantos de esos animales ha abatido. "Ur, ur", dice, señalando a los montes y al desierto. Y luego nos explica con mímica que también hay majestuosas cabras montesas y, mucho más al norte, feroces osos.

También nos cuenta que su familia posee 1.200 ovejas, 200 cabras, 50 caballos y dos camellos. Ellos son cinco, sin contar tíos ni primos. En invierno se van de Arshat rumbo a tierras más cálidas. Creo entenderle que en esa estación se comen a las vacas y los caballos, mientras que reservan al ganado ovino y caprino para el verano.

Charlando llegamos hasta otro ger aún más remoto que el anterior. En él vive una pareja joven, sin duda más amigos de Darla. Él fuma en el suelo y ella machaca con un martillo unas tiras de tocino de oveja que va colgando del techo para que de sequen.

Pasamos a descansar y antes de sentarnos ya tengo un cuenco de aerik en mis manos. Mojo los labios disimulando la terrible repugnancia que me provoca el olor a leche estropeada y paso el recipiente a mi compañero.
Esta leche se almacena en grandes barriles y se remueve 5.000 veces -creo haber entendido- con un gran palo en cuyo extremo hay un tarugo con agujeros. Como he dicho, la sirven luego en cuencos que se van pasando de uno a otro. Nunca apuran el cuenco, cuando queda menos de la mitad, arrojan el sobrante al barril y lo rellenan de nuevo.

Acabada la leche, aparece otra botella de vodka que está a tres cuartas. Sirven el licor en una escudilla de bronce y nos lo ofrecen. Aceptamos, claro, aunque no logramos beberlo de un trago pese a la indicaciones de nuestro anfitrión. La escudilla va rulando y la botella se vacía por completo. Los mongoles ríen de nuestras caras acaloradas, pero a mí me reconforta saber que el fuego que me baja hasta el estómago matará todo bicho viviente que haya entrado en mí nadando en la leche agria.

Acabada la botella, salimos del ger y nos tropezamos con un cabritillo atado al hogar y que, según deducimos de los gestos del pastor, no verá la luz de un nuevo día.

Gabri, Darla y su amigo se entretienen intentando arrancar una vieja moto sin éxito. Yo monto sobre mi caballo y me doy un paseo contemplando el atardecer. Me topo con un rebaño de cabras a las que decido agrupar a lomos de mi corcel. No es tan difícil, y me siento satisfecho de mi pastoreo.

El sol poco a poco se oculta tras las montañas, terrosas y peladas. Iniciamos un trote de unos cuantos kilómetros hasta ellas para contemplarlas de cerca. Llegamos a un valle en el que se levanta otro campamento de gers. También hay un refugio de ladrillo, con una tasca y camas, parada previa para los montañeros que inician sus expediciones.

Desmontamos y Darla, que al parecer tolera peor el vodka que nosotros y ya empieza a dar muestras de embriaguez, nos indica que le esperemos sentados en unos bancos de piedra fuera del refugio.

Observamos a un paisano preparar un plato típico mongol, el jorjorg, cordero cocido con piedras al rojo vivo y vegetales. El olorcillo del guiso nos empieza a impacientar, la noche está al caer y estamos muy lejos de casa. ¿Dónde está Darla? Aparece al cabo de un buen rato dando tumbos. Se despide alegre de una chiquilla que permanece junto a la puerta del refugio. Es evidente que ha estado echando unos buenos tragos.

Está borracho como una marmota, y nos hace el gesto de irnos justo cuando llega a todo trapo una motocicleta destartalada. Conduce su tío, y detrás va su madre, que sin decir una palabra, se baja, coge a los caballos y los trae hasta nosotros, mientras dirige a su hijo una mirada gélida como la Parca. No hace falta saber mongol para saber que a Darla le ha caído una buena. Llevarse a dos turistas de jarana hasta el anochecer y tenerlos tirados mientras te emborrachas, puede traer problemas.

Pero está de suerte, somos compadres y nos entendemos bien. Intercedo en favor de nuestro amigo, pero la madre me mira sonriente y dice unas palabras que zanjan la cuestión. Arranca la moto y nos indica que le sigamos por el camino de regreso a casa al trote.

Darla cabalga cabizbajo y en silencio por detrás de nosotros. Seguimos a la moto, que pasa a ser un faro en la lejanía cuando cae noche cerrada y se aleja de nosotros definitivamente, sabedora de que ya no hay pérdida posible.

A nuestro paso, los grillos entonan melancólicas canciones sobre los grandes tiempos en que los guerreros cruzaban orgullosos esas mismas praderas de Arshat.

Darla apenas puede mantenerse erguido sobre el caballo. Está avergonzado por la bronca de su madre y me pide "sorry" un par de veces. Le digo como puedo que no pasa nada, que todo es "ok". Acerca su caballo al mío y me abraza. Apesta a vodka y a sudor, pero le devuelvo el abrazo. Nos dice señalándonos: "you, my friends". Y nos invita a regresar a su hermoso país a cuenta de su familia.

Enternecido por la escena, grito a voz en cuello el nombre de Genghis Khan. Al oirlo, Darla sale de su letargo, repite el nombre a chillos, pica a su caballo y los tres nos lanzamos al galope tendido. Aullamos como salvajes, guiando con la izquierda y blandiendo la mano derecha como si llevásemos cimitarras. "Tshuaaá tshuaaá, aihaihaihaihaihiaaaaahaaaa", bramo, y me alzo sobre mi caballo, que resopla y vuela sobre arbustos y piedras abriendo el ataque. Desde la grupa del animal, siento que no hay enemigo que se me resista, y me entran unas extrañas ganas de conquistar el mundo.

Detrás de nosotros solo queda una enorme nube se polvo y el silencio de los grillos, anonadados por el huracán que acaba de partir la noche.

Al llegar al campamento, todos han cenado ya, por lo que nos toca el honor de compartir mesa y aerik con la familia en su propio ger. El ambiente se relaja, e incluso le sirven la cena a Darla, sentado en el suelo junto a la cama en la que se ha acostado su tío. Allí está también Nora, nuestro chófer, que nos enseña a remover el barril de aerik para que se fermente bien. Después del arroz con seitán, decidimos traer una botellita de vodka que compramos para una ocasión especial. Esta lo es sin duda. Los comensales se divierten de lo lindo viendo a dos extranjeros compartir sus costumbres.

Servimos el licor en un vaso de chupito y antes de beber untamos el dedo índice y nos mojamos la frente, como ellos. Nos ofrecen tabaco y aceptamos. Como digo, es una ocasión especial. Gabri entusiasma a la parroquia haciendo anillos con el humo. Y así se acaba la botella, de la que bebe también la madre.

Salimos del ger achispados y felices. Deseamos buenas noches y damos un paseo para despejarnos antes de acostarnos en nuestra cabaña, donde roncan hace rato Lorenzo y los polacos.

En el horizonte ya no se ve rastro de la nube de polvo que dejamos tras de nosotros. Queda solo el sonido de los grillos, quienes, poco a poco, vuelven a entonar canciones que se me antojan ahora entusiastas.

Quiero imaginar que esta vez los versos hablan sobre el resurgir de los grandes tiempos. Sobre el regreso de las cargas guerreras a las desnudas estepas de Arshat".


1 comentario:

  1. Hola, nómadas. Nunca mejor dicho si os codeáis con quienes viven así llevando a cuestas casas y campamentos. Y con quienes se desplazan a lomos de pequeños caballos. Por cierto, tan pequeños casi como Maxari, según decís. Ahí ha salido la vena nómada de Mikel, que lo tuvo de compañero, pero no de Gabri porque al pollino en cuestión lo conoció al menos en foto (no sé si llegó a verlo en alguna etapa del Camino de Santiago...). Y con la vena nómada, sale la emotiva... Casi me imagino a esos caballos tan majos como Maxari, que lo era tanto, aunque a veces se pusiera un poco tonto, como Platero, aquel de Juan Ramón Jiménez que era "pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos". Y, puesto en estas comparaciones, animo a los nómadas a que no hagan ascos al "aerik", la leche de yegua, y que imaginen que se trata de leche de burra, tan fina para el cutis (¡que se lo pregunten a Cleopatra!) como agradable y sana para el paladar. Aquí, las "rubias" dicen que es muy buena para beber (¿la habrán probado alguna vez?). Claro que si la mezclas con vodka...; igual es mejor con patxarán foral. Y con un pincho de chistorra para acompañar... ¡Buah! Para rechupetearse los dedos y los morros. No voy a seguir. no quiero que se os despierten morriñas gastronómicas. Disfrutad de la experiencia. Un abrazo

    ResponderEliminar